Sarcasmo
A mí me enseñaron que si no podés decir algo bueno, mejor no digas nada.
Siempre me ha gustado la ironía como forma de expresión, pues la veo como una manera más creativa de expresar algo, que conlleva esa picardía del «sólo para entendidos» que supera cualquier otro intento de transmitir un pensamiento, a la vez secreto y al mismo tiempo a la vista de todos.
Será por eso que también me gusta el sarcasmo, no por su actitud dañiña, sino porque, si la idea que vas a transmitir es devastadora, al menos expresala de forma ingeniosa.
A tal punto que a veces creo, por lo que observo en el mundo que me rodea, que el sarcasmo es el idioma de los inteligentes. Por su picardía, su creatividad, su capacidad de esconder el significado en un significante distinto, y hasta a veces contradictorio. Ese sarcasmo es el que me gusta, el que te genera una pequeña sonrisa porque «entendiste». Ese «oh! OH! Ooohh jojo», ese placer de la serendipia inesperada de abrir una frase y adentro encontrar otra, más poderosa, más graciosa, con mayor significado.
Admito que muchas veces me olvido del lado oscuro del sarcasmo, que lo veo como una forma de suavizar la crítica, cuando muchas veces se lo usa para agravar la crítica. Depende de la boca de quién salga, y de al oído de quién llegue.