El malhumor porteño

Algo que sorprende a la mayoría de los extranjeros e incluso a los visitantes del interior del país, cuando llegan a Buenos Aires es el estado de ánimo generalmente negativo que se respira en las calles de esta ciudad.

Obviamente no es en todos lados y en todo momento, hay lugares particularmente inmunes a esta epidemia: me vienen a la mente, por ejemplo, los pasillos universitarios, desde la apartada y concurrida Ciudad Universitaria hasta cualquier universidad privada cuyo edificio esté en el medio del mapa.

Hace unos días veía al mismo tiempo, en dos canales de televisión distintos, programas de cámaras ocultas y bromas callejeras. El primero eran bromas hechas en las calles y plazas de Capital Federal, y el otro recopilaba cámaras ocultas extranjeras, probablemente de EEUU y Europa. Y noté una marcada diferencia, mientras la reacción a las bromas (antes de saber de qué se trataba) en el caso de extranjeros era generalmente de sorpresa y divertimento, en el caso local las víctimas reaccionaban con muy mala leche. Los extranjeros tendían a quedarse paralizados y riendo con cara de WTF?!?!? asombro por lo que les estaba pasando. Los porteños argentinos (está bien, no puedo asumir que todos fueran nacidos en la capital) tendían a agreder al que les estaba tomando el pelo, «¿qué te pasa pelotudo?» se enojaban fácil y rápidamente, pasaban al insulto casi de inmediato e incluso intentaban pelear. Cuando se les mostraba las cámaras y se les avisaba que era una broma, los extranjeros reaccionaban riendo avergonzados mientras que los que viven en Buenos Aires en muchos casos continuaban enfadados o apenas sonreían, incluso se iban sin más. Lamentablemente no encontré en youtube video alguno del programa argentino para mostrarles de lo que hablo.

Y yo me pregunto ¿por qué la diferencia? ¿Qué les pasa a los porteños? La excusa típica del stress no me parece suficiente, o sea, en otras ciudades del mundo también están estresados y no pasa lo mismo. Recuerdo una vez, después de unos meses de vivir acá, que llegando a mi edificio, saludé amablemente a una vecina (del edificio) que me crucé por la calle y su reacción fue agarrar fuertemente su bolso y acelerar el paso! Ni me miró. O la otra vecina que después de 4 años de vivir en el mismo edificio, no me quería dejar entrar una vez que olvidé mi llave. ¡No me reconocía! Y habíamos compartido el ascensor decenas de veces.Y encima se enojó cuando se lo hice notar.

El mal humor porteño tiene sus reglas. Siempre es entre desconocidos. Generalmente en la calle. Mientras más apurado estés, mayores los humos negros sobre tu cabeza. Estar apurado y de buen humor debe ser pecado. Es común que una persona caminando sola por la calle esté más enojada que si camina en grupo de amigos. Si tienes un auto, no puedes manejar calmado, debes ponerte de mal humor ante el primer bache o colectivo que se te cruce. Claro, en otras ciudades del mundo no tienen esos problemas, sólo ocurre en la gran capital. Los taxistas son legendarios malhumorados, su reputación como viejos cabrones llega hasta Nueva York o la India, donde uno de sus dioses, me contaron, parece un tachero. Obvio que hay que gastar la bocina del coche hasta que te sangre la mano, porque las bocinas, es bien sabido, son mágicas y hacen que el de adelante se mueva un nanosegundo antes de lo que se hubiera movido si no la tocábamos.

Mientras, en las veredas, nos chocamos todos y no nos damos vuelta ni para soltar un débil «disculpá». Al kiosquero le pedimos lo que necesitamos directamente, los «buenos días» te los debo; ¿cuándo fue un buen día en esta ciudad? Y él hará lo propio puteándonos cuando nos vayamos, por no haberle dado monedas. Nos molestarán los «viejos» que caminan por el medio de la vereda, por qué no se quedarán en sus casas viendo televisión?. Insultaremos al que está trabajando y se interpuso en nuestro camino llevando un bulto grande y pesado, robándonos 4 segundos de nuestro preciado tiempo. En el subte empujaremos firmemente a los que están a nuestro alrededor para hacernos un espacio, pisaremos pies y hasta pantorrillas para salir al llegar a nuestra estación. Si existen 5 trenes que nos llevan y traen a Capital y uno se atrasa 15 minutos… incendiaremos 2 formaciones completas, así mañana sólo funcionan 3. Putearemos al policía que nos pidió documentos aquella noche, y también putearemos al chorro que nos robó. ¿Por qué nadie hace nada?!. En la fila del supermercado pelearemos por un lugar, nos colaremos y agrediremos a la cajera por tardarse tanto en hacer ese trabajo repetitivo que hace hace 12 horas sin parar ni para hacer pis. La gente en el supermercado está tan apurada que siempre imagino que seguramente deben llegar a sus casas a rescatar a algún herido, o a vender todas sus acciones en La Bolsa. «Algo» importante tienen que tener pendiente. Tanta prisa para ir a ver Tinelli no creo que tengan.

Por cierto, es gracioso ver la escena que se monta cuando viene mi padre a visitarme y vamos al supermercado. Porque de donde vengo, a las cajeras se las saluda… con una sonrisa (oh pecado de pueblerino!) y se la ayuda a guardar todo en las bolsas. Se le hace algún comentario gracioso, al pasar, mientras nos pasa las cosas, como «qué lindo está el aire acondicionado, me quiero quedar acá adentro». Y se le agradece, también con una sonrisa, cuando te da el cambio. Y créanme, nadie está más cansado de su agotador día de trabajo que mi padre cuando me viene a visitar y aún así ¿dónde está el stress y el malhumor?

¿Tienen una idea de cuántas veces me dijeron «vos no sos de acá, no?» simplemente por saludar, dar un asiento en el colectivo o por pedir permiso?

Pero aún así, lo jodido es que los que venimos del interior a esta gran ciudad (que también tiene virtudes, eh) en vez de propagar nuestro estilo más respetuoso, de contagiar nuestros buenos días y buenas noches, en vez de colmarla de muchas gracias y permisodisculpás nos adaptamos. Algunos luchan más, otros se rinden rápidamente. Y pecamos de lo mismo que cuando llegamos nos sorprendió tanto. Nos estresamos, nos disgustamos, nos ofendemos. Es como les suelo decir a mis amigos del gran Buenos Aires que reniegan de ser llamados «porteños», el ser porteño no es una cuestión geográfica, ser porteño es una cuestión de actitud, una forma de ser, de pensar y de actuar. Esa que nos representa luego en el exterior (supongo que será porque los porteños viajarán más que los del interior) y que hace que por aquellas tierras se diga «los argentinos son así y asá».

Podría dar mil ejemplos más. La interacción con el del delivery, el mozo, la secretaria (obvio que si está buena, la tratás muy bien, ¿no? y si es una vieja gorda, seguro que es una forra, por las dudas la forreás vos primero). Al bibliotecario directamente pedirle el libro que necesitamos, o entregarle en silencio el que venimos a devolver. Y un sinfín de situaciones. Pero no quiero que salga uno a decir «yo al de la biblioteca lo saludo» «yo doy gracias y pido permiso», porque esto no se trata de vos, un caso aislado, sino de una idiosincrasia en general, de una «forma de ser» con la que te cruzás mucho en una ciudad y poco en otras.

¿Por qué creen que los argentinos capitalinos son así? ¿Ustedes también lo han notado? ¿Qué opinan sus conocidos del interior? ¿Cuánto creen que tardará en aparecer el primer porteño insultándome por «cabeza»? Y lo más importante, ¿creen que tiene solución? ¿o es algo que no se cambia más, ni en 50 años de prosperidad económica nacional?

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